sábado, 24 de abril de 2010

La vida continua, el dolor también


Hasta hace un mes no supe su nombre, en el trullo todos le llamaban el Filosofo, y confesarlo aquí, cuando él nunca lo escribió, me parece una traición imperdonable, como exponer en escarnio su cadáver desnudo. Jamás fui un chivato.
Compartimos celda durante un año, cuando yo llegué él estaba allí desde hacía unos meses y, no lo negaré, que fuera mi compañero me ahorró problemas; haberse desecho de un inspector de policía por el expeditivo sistema de vaciarle un cargador en la sesera infunde respeto.
Mañana mantente al margen —me dijo sentados al sol en el patio—. A mí no ha sido capaz de tenerme enjaulado ni una mujer. Me marcho, y de paso pienso llevarme a ese hijo de puta por delante.
Señaló a uno de los funcionarios, un tipo chulo al que llamábamos Malparido.
De nada sirvió que le aconsejara que no lo hiciera, que le mintiese diciendo que el tiempo pasa deprisa, que le advirtiera de que, si mataba a aquel cerdo e intentaba huir, era hombre muerto. Lo único que logré fue que me pidiera que, al salir, continuara con estas crónicas.
Si existe otra vida, es seguro que serán de lectura obligada en el infierno. Será agradable saber cómo marcha el mundo.
Le dije que iría de culo, como siempre, y que, además, el mundo era algo más que lo que ocurría en este bar.
De acuerdo, la vida es una mierda, pero te equivocas si piensas que es otra cosa que aquello que te duele en el pecho mientras en la barra de El Hormigón escuchas las filosofías de Fran y te envenenas con uno de sus güisquis de garrafón.
Yo no conocía el bar más allá de las historias que él desgranaba cada noche desde la litera de arriba, pero necesitaba un sitio donde dormir y él, antes de coger como rehén a Malparido, clavarle un bolígrafo en la yugular y emprender una fuga suicida, me dio la dirección de su casa, el escondite de la llave y me explicó dónde guardaba la Browning de repuesto.
Si te pones al día con el alquiler, la casera ni se enterará del cambio —dijo.
Hoy me he puesto uno de sus mejores trajes y me he acercado hasta El Hormigón. Era pronto y apenas había clientes. Fran, que secaba vasos con desgana en la barra, se ha quedado mirándome y he visto cómo su mano descendía bajo el mostrador.
Conozco ese traje —me ha dicho.
Sin apartar la mano de la culata de la Browning. le he contado todo y le he pedido que me sirviera un güisqui.
Joder, ten cuidado. Eres más joven y, sin mariconadas, no me malinterpretes, más guapo; pero por un momento he pensado que tendría que meterte tres tiros para devolverte al infierno. Con ese traje, hubiera jurado que eras él.
Y en algo Fran tiene razón, desde que he bajado por las escaleras, noto que el espíritu de el Hormigón me posee y que la vida comienza a dolerme en el pecho al tiempo que el güisqui rasca mi garganta.

1 comentario:

  1. Como siempre, un placer el leer esta vertiente tuya, en la que andas como Pedro por su casa. Gracias.
    Honoria.

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