lunes, 9 de marzo de 2009

Pobres por herencia

El Hormigón es un buen sitio para hacer amigos o despedirse de ellos. No es uno de esos bares finos, lugares limpios donde la gente se mira con media sonrisa forzada. Todo lo contrario, éste es un antro oscuro de barra pegajosa, donde los borrachos necesitan las dos manos para sostenerse la cabeza y Fran, el barman, escupe las preguntas con cara de no haber pegado ojo en meses. Aquí lo más saludable que puedes tomar es el humo del tabaco. Quizá por eso es uno de mis favoritos, como lo es de Fermín y de otros que, como nosotros, están tan perdidos que la única manera de encontrarse es verse reflejados en el cristal sucio de un vaso de güisqui.

Fermín es pobre por herencia, su padre le transmitió la miseria en el testamento; escrito, firmado y sellado ante notario.

—Amigo —me susurró un día mientras yo le prestaba una mano para apoyar la cabeza y que pudiera liberar una de las suyas y apurar un güisqui de un solo trago—, muchas veces me pregunto por qué nos fían en este bar.

—Querido Fermín, no nos fían. El vaso que acabas de vaciar era de ese tipo —respondí y le señalé a un borracho que dormitaba a su lado después de haber vomitado algo líquido sobre el vaso, el mostrador y sus piernas.

Fermín, sin inmutarse, concluyó:

—Joder, conozco sitios donde pagarían oro por la orina de este individuo.

 

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